Es bien sabido que en sus inicios el automóvil era visto apenas como una moda pasajera e incluso como un invento peligroso, pero la iniciativa de una mujer lo pondría, literalmente, a andar.
Nacida el 3 de mayo de 1849 en Pforzheim, Alemania, Bertha Ringer se casó a sus 23 años con Karl Benz, a quien ya había apoyado como inversora en algunos de sus proyectos.
The city that never sleeps is taking a nap.
Publicado por Dacia 1300 New York en Domingo, 12 de abril de 2020
Para 1888, Karl ya había terminado y patentado su automóvil, pero el poco conocimiento de unos al respecto y la poca fe de otros tantos, le tenían puesto el freno de mano al proyecto.
Con la idea de cambiar la opinión de los escépticos, a escondidas de su esposo, en agosto de 1888, Bertha tomó el Patent Motorwagen y en compañía de sus hijos mayores, Richard y Eugen, salió de Mannheim con Pforzheim como destino, su lugar de nacimiento y hogar de su madre.

Bertha Benz
El viaje no fue fácil, pues además de que no se contaba con vías adecuadas, el vehículo estaba en plena fase de desarrollo y por lo tanto los problemas “mecánicos” no faltaron. Pero con la ayuda de sus hijos, de algunas personas en el camino y, por supuesto, de su inquebrantable decisión y convicción, Bertha arribó a casa de su madre poco después del atardecer del mismo día en que había partido.
Aunque no podemos imaginarnos la sorpresa que debió sobrellevar a Karl cuando recibió el telegrama de su esposa, contándole dónde estaba y cómo había llegado hasta allí, sin duda la sorpresa de la gente que vio pasar a esa extraña máquina movida por sus propios medios (o a veces empujada por dos jóvenes de 13 y 15 años) se convirtió en la más clara muestra de que el automóvil sí podría servir para algo.
Los desarrollos y evolución general del automóvil vendrían con el tiempo y los fabricantes que irían apareciendo en el camino, pero sin duda alguna el viaje de esta mujer puso a andar el automóvil... Y de paso las multas, pues al exceder el recorrido máximo de un kilómetro que le habían autorizado a Karl, la oficina de patentes no tuvo más remedio que “partirla”.